A veces la felicidad se cae en pedazos con las palabras.
Con cada sonido oído, menos se siente, menos se vive.
Y en momentos así es el silencio sólo que la contiene y la alimenta, aquella felicidad imprevista, soñada entre dos pesadillas.
El vacío la rellena de sentido y de emoción, de palabras pensadas y no proclamadas, de dibujos en el aire de siluetas perfectas en su imperfección y de muchas sonrisas cuya respuesta resona en los oídos y la mente.
Y en aquellos mismos momentos cierro los ojos y aprieto el botón y empieza la película, todo gira en blanco y negro, sin sonido, sin palabras, incluso sin abrir los ojos … Y todo lo que veo son campos infinitos a través de caleidoscopios gigantes.
Nunca había imaginado tantos colores.